Por Francisco Balsinha
Ya no es un secreto para nadie que la guerra de Ucrania fue minuciosamente preparada por los Estados Unidos de América a lo largo de ocho años. Todo comenzó en 2014 con el famoso golpe de “Maidan”, con el que EE.UU. logró destituir a un presidente elegido democráticamente e instalar el caos en el país.
En esa epoca, los líderes políticos estadounidenses acudían con frecuencia a Kiev para apoyar a la extrema derecha ucraniana, que se destacó por liderar el asaltos a las instituciones que gobernaban. A partir de entonces, con la derecha más retrógrada instalada en el poder, EE.UU. trató de dar cobertura política y militar a un régimen que, poco a poco, iba mostrando su verdadero rostro. Ya fue con el alto patrocinio de los oficiales militares estadounidenses que el ejército ucraniano declaró la guerra a los pueblos de Dombass, cuyo denominador común es la lengua y la cultura rusas. Desde entonces, cerca de dos decenas de miles de personas han sido asesinadas por Kiev, cuyo único delito es hablar ruso y no querer formar parte de la Unión Europea.
Los medios corporativos occidentales nunca hicieron un informe o escribieron una línea para denunciar esta masacre. EE. UU. y la UE hipócritamente continúan apoyando a Kiev financiera y militarmente, alegando que están defendiendo la democracia. Una democracia donde al menos 11 partidos políticos son clandestinos y donde los grupos de ideología nazi tienen plena libertad para extenderse en la sociedad e incluso convertirse en brazo armado del propio ejército ucraniano.
Por su parte, la Casa Blanca, además del apoyo logístico y militar, y en materia de inteligencia, concretamente la CIA, apostó todas las fichas al “nuevo” régimen ucraniano, que le dio todas las facilidades, incluida la instalación de laboratorios. armas biológicas a las puertas de Rusia.
La familia Biden, como es bien sabido, está íntimamente ligada a estos infames laboratorios, cuya labor el Consejo de Seguridad de la ONU renunció a investigar a pesar de las numerosas pruebas de su existencia entregadas por Moscú.
El falso pretexto que motivó la entrada de Estados Unidos y la OTAN en Irak -la existencia de armas de destrucción masiva- es ahora práctica habitual en Washington, con la complacencia de los líderes europeos.
El plan estadounidense de apoyo, armamento y mando del régimen de Kiev tenía en vista desde el principio el debilitamiento económico y político de Rusia y, lo antes posible, su aniquilación como estado soberano y su desmembramiento en varios estados.
De esa manera, sería más fácil para los EUA seguir dominando el mundo y apoderarse de los recursos que Rusia posee.
El 24 de febrero de este año, como sabemos, el presidente ruso, Vladimir Putin, consciente de los propósitos estadounidenses y de los títeres que les sirven en Kiev, decidió llevar a cabo la Operación Especial para la Desmilitarización y Desnazificación de Ucrania.
¡No quedaba otra solución para Rusia!
Desde entonces, se han librado duras batallas en territorio ucraniano, batallas en las que ha participado el ejército ruso y, por otro lado, el ejército ucraniano repleto de nazis, al que se unen miles de mercenarios extranjeros y funcionarios de Estados Unidos, la OTAN, Inglaterra y ciertamente algunos otros países.
Estados Unidos ya ha enviado alrededor de un tercio de su arsenal de misiles a Ucrania, además incontable numero de armas y municiones. Este ajetreo y bullicio estuvo acompañado por Alemania, Inglaterra, Francia, Rumania, Polonia, España, Italia y algunos otros países, que también enviaron misiles, armas y municiones, incluido Portugal, que envió media docena de artefactos obsoletos de la época de la guerra colonial a Kiev, pero no quiso quedarse fuera del grupo de países que se arrodillan a los pies de Washinton.
Después del 24 de febrero, EE. UU., seguido servilmente por la UE, promulgó sanciones masivas contra Rusia, y estas sanciones llegaron a "hacer estallar" la economía europea, mientras que Rusia descubrió que el superávit de su economía ya era mayor al final de septiembre de este año al registrado a lo largo de 2021.
En los dos frentes que mencioné, el militar y el económico, Kiev y Occidente han sido derrotados sin apelación ni agravación, a pesar de la retirada estratégica de las fuerzas rusas en Kherson.
¿Pueden los escribas del servicio, mercenarios de la información, proclamar el avance del ejército de Kiev en este o aquel pueblo, que la verdad es que cuatro regiones de cultura y lengua rusas ya votaron por la separación de Ucrania y ya están integradas en su país de origen? y, como la operación aún no ha concluido, ni hay respuesta a la disponibilidad del Kremlin para negociar, se supone que el territorio ruso aún tenderá a aumentar.
Además de todo esto, el intento de aislar a Rusia no tuvo ningún efecto. La abrumadora mayoría de la comunidad internacional está del lado de Moscú. No la “comunidad internacional” proclamada por los medios corporativos occidentales, que representa sólo el 13% de la población mundial, me refiero a la verdadera comunidad internacional, que representa a la mayoría de los países y al 87% de la población mundial.
Contrariamente a lo que se afirman sin cesar todos los días, Rusia se beneficia en asuntos militares, económicos y políticos internacionales. La única guerra que no há podido ganar es la de la información, léase propaganda, en el espacio estadounidense y europeo occidental. En este caso, las “armas” de la mentira y la rusofobia tienen la sartén por el mango. ¡Por cuánto tiempo, no lo sé!