Por Francisco Balsinha
Angela Merkel era, hasta hace unos días, una ex canciller a la que se le atribuía algún honor.
Si bien se reconoció su carácter neoliberal, se admiró su postura de estadista y su apertura política para posicionarse a favor de la paz y la convivencia pacífica entre los pueblos.
Hasta que Merkel decidió mostrar su verdadera y oculta cara al admitir que los acuerdos de Minsk, de los que "su" Alemania era garante del cumplimiento, no eran más que una ensoñación política cuyo objetivo era sólo dar tiempo a Ucrania y la OTAN para armarse contra Rusia.
Se justifica así el silencio de la Alemania y de la Europa "democrática" sobre la masacre que los militares de Kiev llevaron a cabo en Dombass desde 2014.
Ese silencio también se extiende a la proliferación de grupos nazis en las fuerzas armadas de Ucrania.
Ante esta escandalosa confesión, de la que hasta el momento no se conoce a ningún líder político europeo que la tenga rechazado, llegamos a la conclusión de que los crímenes bárbaros perpetrados contra los pueblos de etnia rusa en Dombass deben atribuirse al gobierno ucraniano, así como a todos los gobiernos europeos y estadounidenses desde 2014, porque todos sabían lo que estaba pasando y no hicieron nada para detener el asesinato de miles de personas indefensas.
Si antes ya se respetaba la opción de los pueblos de las repúblicas de Lugansk y Donetz y de las regiones de Kherson y Zaporizhya de formar parte de la Federación Rusa, ahora, después de esta escabrosa confesión, tenemos el deber de apoyar esta decisión y de exponer la hipocresía de Occidente.